sábado, 15 de agosto de 2009

Hasta que la Muerte nos Separe ~ Cuento Corto

Tenía las manos manchadas de sangre fresca, su cuerpo estaba tirado frente a mí, esbozando una sonrisa de inocencia que resaltaba entre su cabello rubio y sedoso. Su piel se había vuelto más blanca que el marfil, junto con la profunda herida en su pecho, que no dejaba de generar sangre y sufrimiento para quien le mirase.Justo en medio del pasillo de la catedral, tirada en el frio mármol gris, ella había decidido quitarse la vida antes que pasarla a mi lado.

Su cuerpo se veía más triste que un mar sin arena. El Arma homicida, una estaca, seguía siendo sostenida con fuerza en una de sus manos. La madera ennegrecida hizo resaltar en su mano aquel hermoso anillo que le había comprado, no es que lo necesitáramos, simplemente lo usamos para simbolizar nuestro amor, el cual yo creía eterno.

Mientras yo de rodillas la veía con mis ojos llenos de lágrimas de amargura, sufrimiento y rencor. Sabiendo que nada, ni siquiera la venganza misma, podría devolverla a mi lado.

La gente ya empezaba a entrar para presenciar la ceremonia de casamiento, lo único que veían eran mis manos ensangrentadas sobre el cuerpo de la novia. Crudos gritos de susto. Estoy seguro de haber escuchado a todos gritar “Asesino” cuando mi intención era la más noble.

Salí corriendo de la catedral, la llovizna lavaba mi cara, y las gotas se confundían con mis lágrimas. Mientras veía al cielo, baje un poco la vista al suelo, pero antes de poder mirar la tierra de la avenida un hombre de blanco capturo mi atención.

Definitivamente, era él. El era el sujeto que había hablado con mi futura esposa junto antes de la ceremonia, no podía haber otra razón, ese hombre de blanco. Camine hacia el, y lo encare.

Solo sentí el impacto de la bala en mi pecho, no alcance a ver el arma en manos del sujeto. Por el impacto, Salí disparado y caí al piso de espaldas. Mis ojos veían perdidamente al cielo, mis últimos respiros eran los más duros que había sentido. Mi corazón palpitaba, golpeando mis costillas. El dolor era inaguantable.

Al poco tiempo, estaba en un lugar completamente en blanco, no había paredes, no había piso, me mantenía de pie en alguna superficie invisible. El disparo ya no estaba ahí. Pero ella sí.

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